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jueves, 5 de abril de 2012

EXPEDICIÓN a las Balizas del Puerto de Rawson, Chubut

FIN DE SEMANA SUDAMERICANO

DE LOS FAROS  2011



Activación de las Balizas del Puerto de Rawson, Pcia. del Chubut




     En agosto del año ppdo., mientras estaba yo muy imbuido en contactar los faros que salían en el aire en el Fin de Semana Internacional de los Faros y Buques Faros; crucé palabras con Cristian Rossler LU1WCR. Cristian, además de ser radioaficionado, es el Presidente del LU1WF Radio Club Rawson. Mientras estábamos charlando sobre ese fin de semana y para mi más absoluta sorpresa Cristian espetó. ¡Che! A ver cuando se vienen con el Grupo ECO RADIO a activar con nosotros algún faro ¿NO? Lejos de amilanarme y seguro de mi y obviamente del grupo al que pertenezco; le respondí al momento. Cuando Uds. nos inviten pues!
Todo quedó es eso, solo un cruce de comentarios divertidos entre dos colegas que aman lo que hacen y disfrutan mucho más el hobby. Pero el tiempo, impetuoso, silente, pasó en forma inexorable y por lo tanto el feliz comentario se desvaneció en el cotidiano vivir.
Cuando las fiestas se hicieron presentes, intercambiamos saludos y pusimos los mejores deseos de felicidad en algo que nos resultaba muy caro a nuestros corazones. La radio y la familia. Pero… no faltó otro sagaz comentario de Cristian sobre el mismo particular. ¡Che! No se olviden que los esperamos par los faros ¿EH?
Como me jacto y jactaré siempre de ordenado y legal, le respondí con algo que estaba a flor de boca y con lo cual, pensaba yo, terminaría la historia. Envíanos la invitación oficial del RC y lo tratamos en comisión. Pero desde ya, te aseguro que no hay drama con ello.
Esa misma noche hablé con los miembros de la comisión y decidimos que si se hacía efectiva la invitación, tal como parecía sucedería; algo tendríamos que hacer. Se pactó que llegada la misma, organizaríamos el viaje con los que se sumaran para le evento.
Habiendo pasado la vorágine de los festejos y el inicio de las vacaciones, no tardó en llegarnos la nota de referencia. El Radio Club Rawson LU1WF, se complace en invitar a Uds. para activar en forma conjunta las baliz…! Que cosa, algo que estaba lejos de concretarse y con un dejo de imposibilidad; comenzaba a tomar forma. Una entidad hermana nos invitaba a participar de una activación a más de 1600 km. De distancia. No nos conocíamos personalmente, tampoco teníamos amistad previa entre los integrantes; pero así y todo, nos tenían en cuenta para algo groso.
Como no podía ser de otra manera, pronto dimos el alerta general para que el resto del grupo, pusiera las barbas en remojo y se preparara a participar de tal evento. Mail, llamados, charlas, comentarios y mucho diálogo se mantuvieron allá por mediado de enero.
Casi al mismo momento que se cursaron las invitaciones para los integrantes, Ricardo Diez LU1QRA; me llama y avisa que él sería de la partida si le aceptábamos en la expedición. Poco después Norberto Del Villar LU7HA hacía lo propio. Ya teníamos conformado un equipo. Tres integrantes de ECO RADIO que se sumarían a otros tres, del Radio Club Rawson LU1WF. La cosa tomaba forma y además se consolidaba.



Acordamos que yo haría los arreglos con los boletos de ómnibus para los tres, y que partiríamos el día 24 de febrero en horas del mediodía, al menos desde Córdoba Capital. Beto y Yo. Ricardo haría lo propio pero desde su San Luis natal. Y los tres nos encontraríamos en Río 4º a eso de las 17:00 Hs. Por disponibilidad de horarios, por comodidad y obviamente por precios, viajamos en TUS. Transportes Unidos del Sud.
Los días previos, me encontraba anonadado y algo perdido, porque a pesar que tomaría parte de una expedición a 1560 Km. De mi casa; que haría radio todo un fin de semana, y que participarían de la misma seis personas. Amontonaba sobre mi mesa los bártulos y no podía dar crédito de lo poco que en ésta oportunidad llevaría. Yo, que viajo con decenas de cosas y kilos de exceso ahora ponía todo en un bolsito. ¡Qué Raro!
Dos días antes de la partida Ricardo me informó que si bien Cristian le había dicho que ellos ponían todo para la expedición; no veía mal que lleváramos algo liviano o práctico si queríamos. ¡Ahora cambiaba la bocha! Podía yo agregar algo más al flaquito bolso que estaba preparado en la sala de radio. Pronto se decidió que sumáramos un equipo de radio, una fuente y un par de antenas como para despuntar el vicio. Así que el IC 706 MKIIG sería de la partida y algunos de los dipolos del grupo, también.
Llegado el 23 a la noche, charlamos unos minutos por Skype para poner todo en orden a último momento y acordamos que al otro día nos veríamos. Hicimos un repaso de los elementos cargados y controlamos entre los tres que no nos faltara nada ya muy de madrugada, nos despedimos.
El 24 de febrero, amaneció en La Falda nublado, con lluvia y algunos truenos que se dejaban oír entre los cerros vecinos. Me levante temprano y luego de un baño y una buena afeitada; desayuné con mi madre que tampoco daba crédito que su hijo solo llevara ese equipaje.
Tomé el Sarmiento de las 10:15 hs. con rumbo a la Terminal de Ómnibus de Córdoba, donde me encontraría con Beto. Llegué tal lo esperado; a las 12:25 hs. Mi amigo y hermanos Beto, hizo lo suyo a solo diez minutos más tarde. Me saludó como es su costumbre afectivamente y tirando sus petates a mis pies; desapareció con rumbo al baño. Dejando tras de sí una estela de fuego que manaba desde las baldosas de la terminal.
A los poco minutos cuando regresó; me explicó casi sonrojado ¡son las pastillas de la presión ¿VISTE?! Escusa más que útil para mí, porque casualmente me estaba llegando el efecto de las que yo había tomado hacía ya más de dos horas en el desayuno. ¡Sí, claro espeté! Ahora cuida vos las cosas, porque voy yo. Volví a los 10 minutos y la unidad ya estaba aparcada en su dársena, esperando que subiera el pasaje. Son las pastillas le alcancé a decir entre el ruido de los ómnibus y el bullicio de la gente.
Luego de mirar de mala gana a un viejecito que pretendía usar nuestros asientos por una razón de comodidad; debatimos por espacio de casi una hora sobre la experiencia próxima y en especial sobre cómo serían los compañeros de aventura. Pronto subió el segundo chofer y puso en marcha el reproductor de video, el que nos propuso una película algo vieja, pero al menos entretenida. Tres veces pretendí yo cebar mate pero di con la negativa de Beto. Éste al parecer estaba algo más nervioso que yo sobre el particular de los compañeros de aventuras, aunque no dio indicios de su nerviosismo. Así que solo atiné a tomar un paquete de Cerealitas y mitigué el hambre que traía mientras dormitaba luego de la película.
Cuando estábamos en las cercanías de Río 4º recién el pez cayó en la red. Vos que ya tuviste experiencia en estas cosas varias veces, ¿Cómo te parece que serán los vagos? ¿Ricardo?, los de Rawson? Soltó Beto, haciéndome salir de mi letargo y somnolencia. ¡AL FIN! Rompió el silencio este, dije para mis adentros. Yo sabía que no estaba del todo tranquilo.
Traté con las mejores palabras de hacerle saber a mi amigo cual era la opinión que tenía en esos momentos de nuestros ocasionales amigos y por sobre todo, de lo que pretendía hacer si las cosas se complicaban más de la cuenta. Ya había sufrido hacía un par de años la triste experiencia con cuatro desconocidos que me dejó traumatizado y por demás receloso.
Luego de escucharme, Beto aseguró que él no tenía a ciencia cierta algo muy definido, pero que opinaba más o menos como yo al respecto y en especial, quería pasarla bien. Costara lo que costara. No había decidido venir a éste viaje para hacerse dramas o pelearse con el resto de los componentes del equipo. Así, charlando y planteando suposiciones, llegamos a la terminal de Río 4º.
Desde lejos se podía ver a Ricardo ansioso y efusivo cuando el coche estacioné en la plataforma 8. Portaba en su espalda una enorme mochila roja y gris, rechoncha  de cosas que prolijamente había guardado Ricardo en ella. Se notaba que sus años de Scout de algo habían servido. Además portaba en la mano izquierda una funda de caña de pescar y en la derecha un bolsita de nylon, con la propaganda de una afamada cadena de supermercados de la zona.
Fui el primero en bajar del bus, cuando se abrió la puerta y con la cámara de fotos en mano, me dirigí entre risas y críticas al anonadado amigo que esperaba de seguro, otro recibimiento. ¡Decime caradura!, dije sin miramientos; vamos a hacer radio, a activar dos balizas, y vos te llevas la cañita. ¿Acaso te le escapas a tu esposa? Beto, desternillado de risa, sacaba fotos y pretendía hacerse oír por sobre el alta voz que anunciaba la pronta partida de la unidad 157 de la empresa TUS; con destino a Caleta Olivia.
Luego de solo unos segundos, Ricardo recobró la risa que le es característica y soltando sus cosas, se confundió conmigo primero, y con Beto casi al momento; en un fortísimo abrazo. Como para quedar bien y romper el hielo, agregó: ¡Te hacía más gordo! ¿Sabes?
Mientras le manoteábamos con Beto su equipaje, solo le respondí ¡es la ropa! Pero creo que no resulté para nada convincente. Beto por su lado, esbozó una leve pero perceptible sonrisa cómplice.
Cuando subimos al bus, la cosa se puso muy buena. Ricardo, con su sonado y característico acento puntano; lo primero que hizo fue volver a saludarnos y darnos un besote cariñoso. Nos manifestó la alegría que tenía y dejó saber que era para él; todo un desafío éste viaje. Por un lado, dejaba por vez primera a su hermosa esposa y su pequeña hija, solas por varios días. Por otro, entendía que tenía por sobre todas las cosas, una tremenda responsabilidad al representar al Grupo ECO RADIO en tamaño evento.
Luego del intercambio de rigor, y como para que se sintiera ya parte cómoda del equipo; Beto de obsequió la gorra oficial del grupo, bordada con su licencia y nombre. Y habría que verlo en un vídeo, porque la cara se le transmutó y sus ojos saltones brillaron como si de un valioso premio se tratara el obsequio de marras. Dejó pasar solo un par de minutos y preguntó si podíamos tomar mate, porque estaba él más que famélico. Además dijo, había traído algunas facturas para acompañar los verdes. Parecen buenas agregó. Mi corazón dio un brinco de júbilo y mi estómago agradeció la fina deferencia del amigo y como quién no quiere la cosa; arranqué con la cebada.
Pasamos más de una hora entre mate y mate, charlando animadamente y comiendo las facturas que resultaron aún más buenas que lo pensado por Ricardo. En especial las cara sucia y las tortitas negras. La charla versó sobre todo y su profundidad se fue haciendo cada vez mayor. Según los temas a tratar, era el tono de voz, según a que nos referíamos, se dilataba o no la plática. Todo hasta que llegó el momento crucial. ¡Che! ¿Uds. que tienen experiencia, que opinan de los changos de allá, en Rawson? Las tres miradas se cruzaron a la vez en un imaginario centro neural. Un nodo que se posicionaba como difícil de desanudar.
Beto, como siempre, rompió haciendo uso de su proverbial buen humor y sagacidad el gélido momento en el que nos habíamos metido. Yo creo, dijo que bla, bla, bla,… Además fíjate que bla, bla, bla, … Y no te olvides que bla, bla, bla… Mientras agregaba yerba al porongo, yo trataba de ir armando mi predica para cuando llegara el momento.
Ricardo, a la vez que chupaba hasta el hartazgo la bombilla, como queriendo tomar fuerzas, dijo lo suyo. Que no varió mucho a lo que nosotros teníamos ya claro. Ahora me tocada a mí la alocución y por lo tanto las miradas se volvieron al asiento 15. Ventanilla.
Tengo la certeza, dije convencido de lo que hablaba, que éstos chicos no van a ponerse en ridículo haciendo mal las cosas. Si nos invitan por algo será, así que creo la pasaremos bien. Quizá algo falle, algo no salga como queríamos o teníamos la intención; pero vengo persuadido de que no me voy a poner loco. ¡He dicho!
Beto acotó que si yo lograba eso, no volverme loco, estaba garantizada la felicidad del grupo. Ricardo agrego que por todo lo que había leído y escuchado de mi; si lograba tal fin, la pasaríamos bárbaro. Digamos pues, que no tenía muchas alternativas.
Luego de la dilatada charla, reparé que la tarde iba cayendo por detrás de los hermosos campos del sur cordobés. Habíamos dejado ya hacía como media hora, de padecer una lluvia tenas y peligrosa para todos en la ruta. Si bien los nubarrones no auguraban nada bueno, al menos de momento no llovía. Quise por todos los medios conciliar un poco el sueño, como para ir descansando adelantadamente porque entendía que las jornadas en las playas de Rawson, no serían del todo reparadoras que digamos. Pero, Beto y Ricardo departían muchas cosas y en forma tal, que no podía dejar de sustraerme a su charla. Así, no podría dormirme nunca.
Me percate al rato, que Ricardo incomodaba también a su compañero de asiento, porque se daba vueltas constantemente para platicar con Beto. Si bien todo era muy suave y amistoso, al menos habíamos dos pasajeros que no podíamos dormir por otros dos carcamanes parlanchines. Se me ocurrió entonces cambiar de asiento y así permitir que mis camaradas siguieran la charla sentados uno al lado del otro. En cuestión de minutos descubrí en mi nuevo compañero de viaje, que su rostro se había tranquilizado y que se disponía un sueño reparador. Le esperaba un largo viaje según dijo, estudiaba abogacía en Córdoba pero viajaba a Caleta a ver sus padres.
No se en verdad cuanto dormimos mi compañero nuevo y yo; pero al despertar había salido el sol casi como despidiéndose de la tarde que llamaba a su fin. Atrás, en los asientos 15 y 16 Beto y Ricardo aún seguían arreglando el mundo de la radio y proponiéndose intercambios de material par la PC. No puedo honestamente aseverar si han criticado a alguien durante mi sueño; pero descuento que no. Cuando me incorporé en mi butaca semi cama, la noche había dicho presente y las estrellas tapizaban el horizonte hacia el sur. Llegamos minutos después a Realicó, La Pampa.
Nos detuvimos en una poca transitada arteria de la ciudad, justo en la puerta de un modesto restorán. Y el chofer voz en cuello subió al primer piso de la unidad para avisarnos que nos detendríamos 40 minutos para cenar. ¿Cenar? Dijo Beto asombrado, son las 20:30 hs. y luego que hacemos a la noche. Algunas risas se escucharon en el bus pero todo bajamos obedientemente para ver de qué se trataba. Los tres cruzamos algunas palabras en la calle, argumentando que si cenábamos debería ser algo frugal, liviano. Así que se me encomendó que preguntara dentro si había pizzas. No había abierto aún la boca cuando una rubicunda señora me salió al cruce. Ud. es del TUS???? Dijo casi sin mover los labios, sí, soy pasajero del TUS. Ahh, bueno ocupe una de las mesas que tienen las paneras ya le servimos la cena. ¿Qué cena dije? Si aún no pedí nada. ¿Cómo que cena? La que paga la empresa, acaso no le avisaron???? NO…!!! Se escuchó.
Ehh, pisfff, uhh, juiyy. Che, cabezas de alcornoque. Vengan que tenemos la cena paga. Les grité a mis compañeros. Los que obedientemente se acercaron y a la pasada pidieron una cerveza.
Nos dimos con que la empresa TUS, tiene incorporado el servicio de cena en su viaje, pero que lo da en un restorán no sobre la unidad. Así que complacidos comimos una milanesa de gigantosaurio, con limón. Y digo esto, porque el tamaño del frito, era como para dos comensales. La acompañamos con una riquísima ensalada mixta y con otras dos birras de la Quilmes.
Terminamos justo en el momento de volver a subir al bus, así que solo pasamos por el baño raudamente y pese a que lo intenté; no logré que mis compañeros tomaran un café conmigo. Subimos y nos acomodamos en las butacas a la vez que el chofer puso otra película que desde el comienzo, se tornó un verdadero fiasco. Departimos unos minutos, me preparé un acuyito (varias hojas de coca para mascar y exprimirle el zumo) y colocándolo entre el pómulo y la dentadura, me dormí sintiendo ese amargo intenso que para algunos es síntoma de mantenerse despierto.
Cuando volví a abrir los ojos, estábamos llegando a Sierra Grande y mis compañeros dormían a pata suelta. El ómnibus se detuvo en Las Grutas cuando el sol estaba ya dejándose ver en el salado horizonte del Mar Argentino.
Habiendo cargado un termo de agua bien caliente, me dispuse previo cambio de asiento a tomar unos verdes con mis compañeros. Volvimos a charlar animadamente a la vez que contestábamos los msjm. Que la familia o Cristian nos enviaban para saber por dónde andábamos a esa hora. Poco después de acabar el termo completo y habiendo convidado al colega chofer con algunos mates, arribamos a la más hermosa de las ciudades de la Patagónia. Puerto Madryn. Eran entonces las 09:40 del viernes 25 de febrero.
Caminamos por la terminal, hablé por te. con un viejo amigo y colega guía y pedimos algunos folletos turísticos para los chicos. Al volver a la plataforma, aprovechamos la asistencia de un par de viajeros medio dormidos para sacarnos unas fotos. Y cuando la unidad se puso a rodar, le avisamos a Cristian, que estábamos a menos de 70 km. De conocernos. Les espero en la terminal dijo el amigo patagónico, no se preocupen. Fue su lacónica respuesta.

Cuando arribamos a Rawson, el sol calentaba de lo lindo y la temperatura se elevaba a más de 27 grados. Bajamos todos los equipos, incluso la funda de la caña de pescar de Ricardo. La que nos había aclarado durante la noche, era en realidad una antena dipolo rígido para la banda de 20 metros que trajo para que pudiésemos hacer contactos en esa banda. Y cuando terminamos de subirlos a un banco de la terminal, vimos aparecer un caballero con andar cansino, de porte ampuloso, cara de buen tipo y una sonrisa de oreja a oreja. ¿Pensaron que no vendría? Nos dijo Cristian Rossler a los gritos, mientras le ametrallábamos a fotos con nuestras máquinas digitales.
¿Cómo les ha ido el viaje, largo, cómodo, cansador, comieron algo, cenaron, tomaron mate, tiene calor? ¡Uds. trajeron el cambio de clima loco! Hasta anoche llovió aquí en Rawson. Todo eso en solo dos segundos nos dijo el amigo cuando luego de abrazarnos y besarnos amistosamente, comenzó a cargar los bártulos. Pera!!! Fue lo único que pudimos decirle, tenemos que hacer un gran PISSSSSSSSS
Ya en su auto, con todo cargado y nosotros felices, salimos raudamente con rumbo incierto. Primero iríamos a la playa a ver de qué se trataba, luego pasaríamos por el radio club, más tarde que pasaríamos por su casa a bañarnos y arreglarnos. Yo pensaba para mis adentros, “y yo que solo traje unas remeras y las ojotas”. Antes de que pudiéramos decir agua va, estábamos en casa de Cristian. La esposa, los chicos y el perro, salieron a recibirnos. Bajamos todo y entramos. Esta es mi casa, nuestra casa y ahora es de UDS. hagan lo que les plazca. Si se quieren bañar “otra vez” se bañan, tomamos unos mates y vamos a la playa.



La esposa, Patricia ya había puesto el agua a calentar cuando nosotros desfilamos por el baño, pero solo para la higiene bucal y una lavada digna de cara. Algo de perfume, algo de peine y un cambio de remeras para estar listos. Patricia nos informó que los chicos dormirían en su cama, y que por lo tanto nos dejaban las suyas para nosotros, que acomodáramos todo. Nos miramos con los chicos (del equipo) y meneamos las cabezas en forma negativa.

Como siempre, no sería otro más que yo, el que hablaría. Ahhhh mis amigos!!! Che!!! Cristian. ¿Dinos como está armado el día para Uds. en la expedición? BUENO…! Dijo el amigo nosotros estamos en la playa desde ayer, preparando todo, al mediodía nos juntamos, comemos algo y terminamos con lo que falta. Luego a la tarde arrancamos. Otra mirada inquisidora nos encontró a los tres del ECO RADIO con la boca abierta. Ahhh no, entonces que vamos a hacer ahora nosotros, dormimos ya en el viaje, bañarnos para que, si de todos modos tenemos que ir a la playa. Con que finalidad vamos a dejar todo aquí y luego volver a buscarlo, si podemos llevarnos al campamento. Nos vamos para el sitio, ayudamos en lo que haga falta, preparamos todo y nos ponemos a cuenta de lo que tienen Uds. organizado. Por mi no hay problema dijo el dueño de casa, pero miren que se va a hacer largo el fin de semana.
Solo cinco minutos después, estábamos admirando las cercanías del Puerto de Rawson, a la vez que viajábamos velozmente hacia el punto fijado en la playa. A metros de las balizas Escollera Norte ARG 108 y Norte Vieja ARA 1288.
Cuando llegamos, el campamento estaba totalmente presto, con antenas, suministro eléctrico, conservadora repleta de bebidas, facturas y no sé cuantas cosas más. Guillermo LU1WIY salió a recibirnos con una hermosa sonrisa y feliz de vernos por primera vez. Nos dio todo tipo de consejos sobre la playa, el mástil, las aguas, el sol, el calor, y otros que no recuerdo. Acomodamos mientras terminábamos los saludos las cosas en una carpa iglú que estaba dispuesta para nosotros, con colchones inflables y bolsas de dormir y ahí nomás pusimos manos a la obra en la instalación de alguna antena extra para colaborar con las que ya estaban en el alto del mástil. Sacamos además nuestro banderín y la bandera nacional, que no pueden faltar en ninguna expedición, ya por reglamento, ya por convicción. Las que colgamos junto con las del LU1WF RADIO CLUB RAWSON; nuestros amigos.



El sol abrazaba fuerte y la cosa se puso media dura. Corría una leve briza, pero hacía calor. Cristian había desaparecido y solo Guillermo sostenía la presencia patagónica en esos lares. A los pocos minutos, arribó Gerardo LU2WGG, quién nos saludó como si hiciere años que nos conocía. Abrazos, besotes, chistes, abrazos, risas y todo lo que un ser humano puede dejar fluir de su persona, brindó Gerardo a quienes llegábamos de lejos. Dos minutos después hizo lo propio Cristian, ahora muñido con sendas bolsas de nylon obscuras y portando una amplísima sonrisa. Venga, vengan, Uds. dos, les gritó a sus camaradas y amigos, a lo que Guillermo y Gerardo, pronto se reunieron con él en la carpa; para salir tres minutos después luciendo hermosas remeras negras y gorras ídem, prolijamente bordadas con el singular logo del LU1WF. Un fachón único verdaderamente, que además les permitía competir amigablemente con las roja y negras, casacas del ECO RADIO, que lucíamos nosotros como para darles bronca. Las gorritas si bien eran similares, tenían (las de ellos) mucho mejor porte y colorido, porque una bailarina tonina, abarcaba todo el frente de la misma. Nos reímos un rato a la vez que hacíamos chistes sobre la indumentaria; todo eso junto con la tomada de unos mates bárbaros cebados por Guillermo. Y las facturas que había comprado cuando venía para la playa.
Como quién no quiere la cosa, vi en la carpa un cuchicheo entre los tres amigos de Rawson y algunas risas que entendí socarronas. Acto seguido, aparecieron con tres gorras en sus manos gritando a éstos tres indefensos representantes de ECO RADIO. ¡Sáquense esa porquería de la cabeza! Usen algo vistoso!! A lo que nos regalaron a cada uno y como testimonio de amistad, una gorra del LU1WF Radio Club Rawson.
Cuando quisimos acordar, sonaban en el reloj, las 14:30 hs. y nosotros sin comer. Me arrimé a Beto y Ricardo que estaban terminando con la antena de 20 metros y propuse que saliéramos a comprar el almuerzo nosotros. Guillermo que estaba dentro de la carpa, armando su estación, salió impeliendo gritos para que depusiéramos esa actitud. Cristian llegó raudo a nuestro lado y nos impuso autoridad.
Nosotros tenemos todo arreglado, hacemos las cosas, y luego arreglamos los números. Ahora vamos a comprar comida hecha así Uds. comen bien y luego vemos que hacemos para la noche. Media hora llevó hacerles entender que nosotros éramos como cualquier otro, que no merecíamos atenciones exclusivas. Que se dejara de jorobar con la comida hecha, y que arregláramos el asunto con cosas frugales.
Decidimos entre todos que por la hora y el calor reinante, sería bueno algo liviano y rápido, así que Ricardo y Guillermo, salieron rumbo al súper en búsqueda de fiambre, pan y gaseosas. NO se olviden de un vino, grité desde la carpa, que parecía a esa hora un horno de barro. Mejor una cerveza, espetaron a dúo Beto y Gerardo. Cualquier cosa pero que sea mucho, dijo por su parte Cristian, que ya estaba llamando en 40 metros a ver como se portaba la propagación.
Poco más de media hora después, departíamos amistosamente en la carpa a la vez que dábamos cuenta de unos hermosos y riquísimos sándwiches que cada uno se preparaba al uso nostro. Tomamos todo lo que había, sacamos fotos y nos reímos tanto que hasta nos provocó dolor de estómago.









 Lo único que os voy a criticar del servicio especial de catering, es que falta el café con que yo doy por terminados los almuerzos y las cenas en mi casa. Dije como para que escucharan los amigos, a ver qué pasaba.
¡Cállate jetón! Aquí tengo tu café, para que luego no critiques nada ya vimos como sufriste anoche en la cena, no queremos que te enfermes. Me sorprendió Ricardo con un gran jarro de café, hecho con saquitos que él mismo había traído en su mochila. Gustoso mientras los demás me miraban y reían brindando con variados líquidos, di cuenta de mi bebida humeante.
Cristian, quería a todas cuentas que fuéramos a su casa a darnos un baño, porque luego se haría tarde. Beto por otro lado, me dijo al oído, yo me traje los cortos, así que no me voy de Rawson si mojarme en el mar. No me dejen afuera del baño, aclaró Ricardo, que ya tenía colgada la toalla en el cuello y se disponía a ponerse las ojotas. ¿Qué cosa se puede hacer en estos casos? Sino conformar a los amigos. Así que sudando a mares en la iglú; me despoje de la remera, la bermuda y de un salto, me coloqué los “iiyooores” como decimos en Córdoba. Más tarde, como a los cinco minutos, estábamos los tres dando lástima en la Playa Unión de Rawson.
Beto era el único que lucía un cobreado intenso, más propio de un actor de U.S.A que de un radioaficionado. Ricardo si bien algo estaba carente de sol, al menos tenía un color de haberlo aprovechado el mes pasado; en cambio yo, era un circo. La cara negra (cobriza digo) los brazos súper quemados, más el izquierdo que es el que está siempre expuesto a las ventanilla de la combi, cuando trabajo. Las piernas se semejaban más a un trago tropical, que a sostenes humanos. De la punta de los pies, hasta un poco por encima del tobillo, blancas tiza. Producto de usar calzado con medias durante todo el verano por el trabajo. Desde el tobillo hasta la parte superior de la rodilla, la izquierda más obscura que la derecha, porque siempre se expone más al sol que ingresa por la ventanilla. Aunque hay que ser muy observador para notar la humilde diferencia. Desde la media pierna hasta la ingle, blanco leche.
El torso, ayudado por su exuberante tamaño, lucía más como la panza de un elefante marino, que mi propio cuerpo. Todo blanco y con rollos. La espalda, plagada de pecas, mostraba el cuello enrojecido por la subida y ajuste de las antenas ese mediodía; en tanto que su parte baja, estaba blanca como si se un muerto se tratase. Pero poco importó el colorido de nuestros cuerpos, porque a nadie le importaba si habíamos o no tomado sol. Lo llamativo era saber que hacían esos locos en la playa con tanta parafernalia técnica.
Les gané la carrera a Beto y Ricardo, desde lo alto de la playa, allí donde abundan las piedras rodadas. Habíamos pedido la colaboración a dos viejecitas para que nos mirasen las toallas y el calzado y como queriendo ganarnos en la partida Ricardo gritó “el último cola he perro”. Me di vuelta y con toda la osamenta a cuesta, rompí carrera hacia el agua que se presentaba verde esmeralda y muy, muy fría.
Cuando salí a la superficie luego de un proverbial salto para zambullirme cual Tarzán, miré atrás y vi a mis compañeros caminando y tanteando el agua como dudando. Les grité a la vez que una ola me tapó y como un delfín me llevó hasta ellos. Poco después los tres saltábamos y nos mojábamos como chicos. Así pasamos casi dos horas, para luego volvernos al campamento que solo estaba a unos metros, del otro lado de la escollera.

La tarde estaba despidiéndose y el sol, brindaba sus últimos abrazos. Las sombrillas despoblaron la zona, el alumbrado público se encendió y los bañistas abandonaron la playa. Mañana sería otro día. A lo lejos, en medio de un mar calmo, salado y acojedor, se encendieron las tres balizas que podíamos tocar con las manos si caminábamos unos metros. Un poco más al sur, una luz verde nos ponía de manifiesto que la Baliza Escollera Sur, otra vez estaría fuera del aire, porque un problemático colega, que acostumbra a comprometerse pero que no cumple, no iría esta vez a activarla. Cientos de colegas se perderían esa activación por su falta de responsabilidad y no era la primera vez que eso ocurría.

Cristian, lamentó no haberse dado cuenta de ello antes, como para pedir la activación de las tres balizas juntas, total estábamos dentro de lo que la reglamentación exige, en cuanto a distancias. Luego de unos minutos de charla, aprovechó para señalar el Faro Chubut, lugar de varias expediciones del LU1WF, que acababa de encenderse en la noche patagónica.
Con la caída del sol, llegaron los QSO y tanto 40 como 80 metros estaban que bullían con estaciones llamando y otras respondiendo. Así aprovechamos para amontonar contactos, brindando la oportunidad a los colegas de lograr hacer la Baliza Escollera Norte Vieja que aún estaba sin activar.
Esa noche, la cosa daría par más. Tanto los hermanos de Rawson como quienes somos del ECO RADIO, si bien nos arreglamos con cualquier cosa, nos encanta hincar el diente a cuanta cosa se nos cruce.
Aún no había terminado de cubrirnos la noche, cuando Guillermo “PINGUI” se hizo presente en la iglú para hacer la pregunta del millón. ¿Che.. que cenamos? Lo que sea fue lo único que pude articular entre un mar de QSO y llamados en el Pile UP. Por mi es lo mismo cualquier cosa. ¿No quedó nada del mediodía acaso? Si claro que hay, pero no vamos a comer eso, debemos hacernos algo rico. La ocasión lo amerita ¿o no
Claro que la ocasión ameritaba eso y mucho más; pero se trataba de hacer las cosas más fáciles para todos, así que propuse cocinar algo para el grupo. Ricardo, que estaba haciendo 40 metros, miró de reojo y sin dudarlo echó un vistazo al reloj de la estación nº 2. Eso me llamó poderosamente la atención, porque que yo sepa, al amigo le gustaba el BON MAGIARE. Cuando había desaparecido “Pingui” de nuestro lado, me dijo confidente. Es tarde, si te pones a cocinar, cenamos a las mil quinientas, busquemos algo y listo.
Un par de minutos después Gerardo llegaba con idénticos comentarios, a los que se sumaron los de Cristian y Guillermo. Dejemos lo de hacer para mañana, comamos algo hecho ya y listo. ¿Les parece? Obvio que nadie discutió nada y pronto de encendieron los motores para ir en búsqueda de la cena.
Nadie podía dar crédito esa noche como se comportaba el clima, como se nos presentaba ese cielo diáfano y azul intenso que invitaba a la charla exterior entre los amigos del campamento. La temperatura se mantenía por encima de los 25 grados y casi no había viento. Las olas rompían placidas y constantes en las escolleras, en tanto que Cristian y Ricardo hacían comunicados. Beto y yo, salimos a ver un poco la playa y a tomar algunas fotos.




Preparamos la mesa como para no perder tiempo y nos servimos algo fresco como para aclarar la garganta. Ya llevábamos horas de hablar y hablar. Arribaron otros amigos a saludar y también pasó la autoridad policial que se llegó a ver como estaba todo, lo mismo habían hecho ya a la tarde cuando yo dormía un rato, los chicos de la Prefectura Naval Argentina.
Desde el norte se escuchó un ronronear de motor y las luces dejaron ver la playa a giorno. Guillermo y Gerardo se bajaron con sendas bolsas de nylon repletas de Pollo a la parrilla y Papas Fritas. También algunas botellas de recambio por las dudas que se hiciera imperioso tomar algo más.
Esa cena fue única. Nos reímos, charlamos, hicimos morisquetas, criticamos a un montón y comimos opíparamente. El pollo estaba terriblemente bueno y las papas idem. Ni que hablar del vino y la coca.
Pasamos varias horas charlando y comiendo de lo lindo, hasta que en los rostros de los presentes se puso de manifiesto el cansancio. Me fui al iglú para salir algo más en radio, relevando a Beto que estaba afónico. Llevaba conmigo un vaso “así de grande” de de espumosa gaseosa, cortada con un tic de vino negro. Muy negro y espeso. Para más dato patagónico.
Aún no me había calzado los auriculares, cuando irrumpió Gerardo para decirme que parara un poquito que en la otra estación no podían escuchar porque al transmitir yo, ensordecía el receptor. Así que me apuré un trago y previa degustación/gárgara, curioso fui al camper para ver que pasaba.
Cristian y Ricardo estaba meta QSO en 80 metros con otros amigos que dejaban saludos y abrazos para todos, a la vez, Beto luchaba por subir fotos a la web, usando un desconectado chip inalámbrico. Guillermo sacaba fotos y Gerardo aprontaba el mate. Cuando quise darme cuenta, Ricardo me traía un vaso enorme de café de saquitos, riéndose aún por lo que había pasado en Realicó la noche anterior.
Sorbiendo el riquísimo café, salí del campamento a contemplar las estrellas y a llenarme con la magia del mar. Pensé en cuantos amigos estarían en las mismas condiciones y en lo triste que había sido el año ppdo., cuando a la madrugada me despertó en La Falda, un sismo que arrasó la hermana Chile. Caminé un rato café en mano y luego de hacer un “pis” volví a la tienda.
Cada uno estaba en lo suyo, cada uno hacía algo distinto. Se hablaba, se tecleaba en la notebook, se tomaba mate o simplemente, se miraba. Me volví a sentar junto al equipo pero solo oía algo de ruido en 40 metros. También entraba splatter desde al lado y casi no podía encasillarme con mis pensamientos porque el sueño podía más.
Sigilosamente como un tigre entre la vegetación, volví a dar una vueltita por la carpa vecina, miré las antenas y casi anhelante me metí en el sector VIP de la iglú, destinado a “dormi”. A lo largo de la noche, oí a los chicos hablar, llamar y reírse. También me despertó un sonido poco conocido. Era el sistema digital que Ricardo había puesto en funcionamiento en la soledad de la madrugada. Buscando amigos y obviamente, dando con ellos. Luego, “ya no me acuerdo más” porque me desentendí en los brazos de Morfeo.
Cuando el reloj marcaba las 05:35 hs. del día 26 de febrero, las necesidades fisiológicas me despertaron. Había ingerido mucho líquido y ni que hablar de la comida. Pero lo urgente era lo primero. Al abrir los ojos me di cuenta que así como había caído en la colchoneta, así había quedado petrificado. Tenía frío pero solo de haber estado destapado. Me vestí, tantee las ojotas en la obscuridad y abrí el cierre de la pieza. Allí, medio despierto, medio zombie, un cuarto lagañoso y a medio ponerse la ropa, estaba Ricardo queriendo atarse las agujetas de las zapatillas. Buennnnnnas!! Dijo rechinando los dientes. Me estoy haciendo cinco pis!!! Ya no doy más. Ahhh yo ni te cuento fue la respuesta.
Salimos los dos, cada uno por su rumbo en búsqueda del placer que da un momento a solas, humedeciendo la pachamama. Volví y encendí la radio para ver qué pasaba. Solo estaban en el aire algunos amigos y un par de faros. Ricardo aún o volvía.
Pasaron unos minutos de incertidumbre por el no regreso de mi amigo, que se diluyeron cuando sonriente y feliz entró por la puerta con un humeante jarro de café. Tome mi amigo, es para que desayune ya que anoche se murió sin comer el postre. Charlamos un rato, comimos algunas facturas del día anterior y como quién no quiso la cosa, iniciamos la labor haciendo contactos en 40 metros. Me voy un minuto a ver salir el sol, dijo Ricardo a la vez que hurgaba insistentemente en su mochila de Boy Scout.
Que raro pensé yo, para que busca algo si va a mirar el sol salir por el horizonte. Pero no había caído en la falaz mentira de mi amigo. Él en realidad usaba esa metáfora para indicarme que se aposentaría plácidamente sobre los acrópodos de la escollera a despedir un amigo del interior.
La actividad era muy buena y había ya al despuntar la jornada varias estaciones en el aire. Todos se saludaban y contaban lo acontecido en la noche. También con sueño y cara de haber estado plácidamente dormido, apareció Beto. El que también se las ingenió para dar un gran rodeo informático a la hora de decir que estaba por hacer, muñido don un rollo blanco de papel, una toalla y el cepillo de dientes.
Cuando regresó Beto de su avatar, se encontró con Ricardo acomodando la mochila y probando en digitales. Como yo seguía imbuido con los 40 metros, le propuso irse a hacer algunas fotos de las balizas en la bruma mañanera. Ni bien se marcharon llegó Guillermo con una carretilla de facturas calentitas y poco después hizo lo propio Gerardo que preparó raudamente el mate. Cristian mientras tanto, roncaba en el camper a pata suelta con una cara de felicidad pocas veces vista.
La mañana pasó plácida hasta que de un momento a otro, cual hecatombe, se precipitó sobre la playa un viento que dejó a todos perplejos. Yo estaba con un Pile Up. De unas ocho estaciones en 40 metros y escuchaba a Ricardo llamando en 80 desde el otro lado de la tela. Primero hubo un silencio amenazador y luego cambió el viento de cuadrante. Desde el sur viajó al norte en solo segundos y a la vez incrementó su fuerza varias decenas de veces. Como si se tratase de una película de cine fantástico; vi que el techo de la carpa se volaba y que las banderas y banderines salían por los aires impelidos de vida propia. Ricardo a los gritos, avisaba del problema cuando yo me quitaba los auriculares. Beto se había hecho de varias sogas de las carpas y Cristian sobresaltado, organizaba a Guillermo y Gerardo.
Pasamos más de una hora haciendo los cambios de ataduras, corriendo las lonas, poniendo arena sobre los faldones del techo y no que cantidad de otras cosas. Si bien la temperatura era agradable, el viento volaba todo. Pero, como era de esperar, pudimos remediar el problema y dispusimos todo para seguir disfrutando el día.
Cuando terminamos de acomodar todo, estábamos en los primeros minutos de la tarde, por lo que se imponía un brindis y también algunos bocados. Así que hielo en los vasos y algo de mayonesa en los panes, rompimos con el almuerzo que dio cuenta de lo mucho que había sobrado de la noche anterior. Así volvimos a pasar un par de horas alegres y confidentes. Volvieron a llegar otros amigos y se hizo más grande la ronda del mate como postre.
Si bien el viento molestaba bastante, el calor imperante estaba invitando a un chapuzón. Así que poco me costó volver a convencer a mis amigos de que podríamos irnos a dar un baño en el mar cercano. Ahí, del otro lado de la escollera, para no infringir las normas.
No sé quién se quedó en la radio o que hicieron los amigos mientras nosotros como provincianos embelesados disfrutábamos de las olas y la salada agua verde esmeralda que nos regalaba la Playa Unión.
Pasamos en el agua más de dos horas en las que jugamos como chicos y disfrutamos a lo grande. Pero se imponía volver a relevar a los amigos, así que cansinamente emprendimos el regreso por esos cien metros de playa hacia el llamativo campamento de los radioaficionados, tal como había dicho un viejito que escuché al pasar paseando con su mujer y la perrita.
Cristian estaba en pie de guerra y le secundaban Guillermo y Gerardo. Los tres esperaban que llegásemos para hacernos saber sus ideas. Miren, dijo sin reparos, hemos estado charlando con los chicos y creemos que es propicio el momento para que nos hagamos una llegada a la baliza, para sacarnos una foto, todos juntos. De esa manera tendremos para que podamos hacer la QSL y todo lo que se requiere. Luego, vamos al centro a ver que compramos para cenar esta noche, así el Héctor se saca las ganas de hacer algo de pescado. Si les parece, vamos ahora que tenemos a quién dejar en el campamento par que no nos limpien todo.
Con semejante argumento, poco podíamos nosotros decir al respecto, por lo que nos dispusimos a cumplir acabadamente con lo propuesto. Cada uno se puso la remera y la gorra de su grupo y tomó la cámara para inmortalizar éste momento único para todos los radioaficionados; el estar en un lugar agradable y además acompañado con sus amigos.
Charlando de cosas varias y pergeñando que podríamos cenar, caminamos por la escollera hasta su extremo este para estar más cerca del luminoso aparatito que tanto interés había causado éste fin de semana. Cuando llegamos le pedimos encarecidamente a un grupo de turistas que se hicieran a un lado, esgrimiendo más de un eficiente argumento y augurando las mejores bendiciones para ellos. Tal es así que causamos tal revuelo que otros curiosos se unieron a la comitiva para ver que decían las remeras y las gorras de estos locos allá en la escollera.
Luego de alabar desmedidamente a uno de los ocasionales mirones; logramos que se aviniera a colaborar en sacarnos la foto; porque más que obvio es que mal puede uno gatillar el obturador y a la vez, estar frente a el lente. Pobre tipo, se pasó más de veinte minutos cambiando de cámaras y de posiciones para complacer a estos ya cargosos radioaficionados que querían una y otra foto. Cuando supusimos que estaba llegando el momento de la eclosión de histeria; le agradecimos acaloradamente y pasamos la posta a otro que también curioseaba por la punta de esa mole de acrópodos.
Nos sacamos fotos parados, sentados, arrodillados, mirando para acá para allá, abrazados, riendo, serios; todo servía para ese momento único e irrepetible.








 Y la gente se divertía con las distintas y originales chanzas que nos jugábamos entre nos en ese momento. En eso, Guillermo sentencia que deberíamos hacernos el viajecito de vuelta, para poder ir viendo qué hacer con el tema de la cena; no sea que se nos haga tarde y no podamos degustar las exquisiteces del Héctor.
Con más de cincuenta fotos tomadas en unos minutos, salimos de la punta de la escollera, con rumbo oeste hacia la playa. Momentos en los cuales un caballero bastante entrado en kilos, se subía al paredón de la misma para alcanzar, como nosotros; el extremo de ella y tocar al fin la Baliza Norte. Beto, hacía lo propio por el mismo sector, pero en dirección contraria, por lo que ambos se encontraron en medio de la nada uno frente al otro. Como no se puede esperar otra cosa de un caballero, mi hermano Beto teniendo bastantes conocimientos en física y matemática; calculó al momento que ambos, no pasarían. Por lo tanto, en virtud de ser el más joven decidió dejar su lugar y evitar así que pobre “gordo” cayese desde lo alto a la gran vereda. Como un verdadero “bambi” saltó sobre un brazo del acrópodo más cercano y quedó paradito sobre el centro de otro aledaño. Y en eso, se percató que la imagen que ese lugar le ofrecía, era realmente hermosa, dado que el agua solo estaba a poco más de un metro de distancia. Así que con todo y su ímpetu, se encaramó sobre otro y otro y otro acrópodo, para encontrar la mejor ubicación. Yo, mientras tanto, trataba de cambiar las pilas a mi máquina y respondía las preguntas de la señora del “gordo” que me inquiría sobre que éramos o a quién representábamos. Cristian, Ricardo, Gerardo y otro amigo ya se habían bajado del paredón y tomaban la tarea de cruzar entre la maraña de caños que interrumpía el paso a ese sector. Protección que por cierto, habíamos dejado transpuesta al ingresar. Guillermo, mientras tanto, seguía con su máquina sacando fotos a rabiar, y tratando de documentar todos y cada uno de los movimientos de grupo.
Me apresure a agradecer al amigo que había oficiado de fotógrafo ocasional para alcanzar a los adelantados y en eso, escuché un grito inesperado de Guillermo que dijo con voz en cuello ¡Che, se cayó el flaco!. La primera reacción fue mirar hacia el sur ( a la izquierda) porque ahí estaba mi amigo Beto solo un segundo antes. No vi nada.
“Les digo que se cayó el flaco carajo! Volvió a gritar Guillermo, a la vez que comenzaba a llamarlo por su nombre. Beto? Beto? Beeeeeeeto?. Para ese momento, estaba yo en mi característico estado de alerta bomberil, ese que me ataca cuando presiento un problema o soy testigo de un accidente. Por mi cabeza cruzaron varias cosas, la primera era que se había caído el Beto, la segunda era que el agua estaba muy cerca y podría ahogarse si había pegado en un acrópodo en su viaje al líquido elemento. Miré a un costado y solo atiné a sacarme la gorra, la remera y envolver la cámara de fotos, depositándola en la sombra del parapeto de cemento. No sé cómo hice para subir el metro setenta que me separaba de la parte alta de la vereda, pero cuando estaba ahí, alguien paso raudamente por mi izquierda llamando al Beto. Un poco más allá, a la derecha y al frente dos seres se movían al unísono, también gritando. Beto? Beto?
Sentí a mis espaldas que una mujer gritaba desesperada diciendo que se estaría ahogando en el agua y a Guillermo que trataba de hacernos entender que Beto no estaba tan lejos cuando lo vio desaparecer y que además se cayó hacia abajo, no hacia atrás dónde estaba el agua.
Salté entre varios brazos de los acrópodos y llegué casi al mismísimo borde del agua, escudriñando el espumoso oleaje en búsqueda de algo rojo (la remera del grupo) que delatara la presencia de mi amigo. Nada. Algo me decía que la cosa sería muy grave, pasara lo que pasara. Estábamos en el horno.
Como de la nada, Gerardo gritó ¡Acá está! Flaco, Beto, estás bien, te podes mover, hola, me escuchas? Todo era vorágine y excitación pero a la vez frenético deseo de que no fuera nada. Miré hacia mi derecha y vi como Gerardo se tirada de panza al suelo, para tratar de alcanzar algo lejano y perdido. Llegué a los dos segundos a su lado; pero ya estaba también en esa tarea Ricardo. Los tres nos miramos una fracción de segundos, porque la cosa no estaba todo lo bien que hubiésemos querido. Gerardo hablaba insistentemente a la vez que Ricardo con ojos escrutadores observaba todo el cuerpo y el semblante de Beto. Nuestros ojos se cruzaron cuando nuestro amigo, se movió y separo la cabeza del áspero cemento. Ya que un torbellino de sangre manó de su cabeza, un poco más arriba de la nuca.
Entendí entonces que tanto Ricardo, todo un profesional de la salud, enfermero y rescatista como yo, habíamos hecho una de las cosas más importante en esos casos. EVALUAR AL HERIDO. Cada uno por su lado hizo lo que sabía y como lo sabía hacer. Escrutó, evaluó, consideró y ponderó. Todo al mismo tiempo, sin perder tiempo, sin dudar. Con certeza y sagacidad propia de profsionales.
Beto, estaba enganchado entre varios acrópodos en una posición muy incómoda. Su cuello y cabeza, apoyados en un saliente, mientras que sus piernas una estaba hacia arriba más alta que la cabeza y la otra pendía colgando en el vacío del hueco de la escollera. Los ojos denotaban confusión, pero no gravedad, la cara tenía un color normal y sus pupilas estaban normales. Gerardo solo atinó a decir ¡Hermano, te hiciste pelota! A lo que Beto respondió, ayúdame por favor. Otra vez los ojos de Ricardo y míos se cruzaron en un claro compromiso. Teníamos que decidor que hacer y cómo hacerlo. Dependería de ello que atención podríamos darle al amigo.
Gerardo se largó a lo profundo del pozo, para tratar de levantar desde abajo a Beto, lo que permitiría que se liberare de la incómoda posición. Casi desapareció entre las moles de cemento, que se asemejan más a una araña que a una roca. Cuando le movió solo unos centímetros, la sangre fluyó enloquecida por el cuello del maltrecho Beto y al segundo tiñó su roja remera, ahora con un tono rojo azulado, tirando a bordó. Otra vez nos miramos con Ricardo y los dos entendimos que al menos, la herida no revestía, de momento; mucha gravedad. Era solo el cuero cabelludo, el color de la sangre lo denotaba. Pidió entonces el iracundo amigo chubutense que le pasáramos un pañuelo para cubrir la herida; a lo que metiendo la mano en mi bolsillo trasero, extraje un pañuelo personal que le pasé prontamente. Llamativamente Gerardo no se animó a tocar a Beto y en cambio, le pasó el adminículo para que él mismo lo tomare. Cosa que Beto hizo sin miramientos y sin dudas.
Por tercera vez nos miramos con Ricardo y entendimos que ya había bastantes cosas que indicaban el nivel de gravedad de las heridas de Beto, como para tomar una acción determinante. En primer lugar, estaba lúcido, como dije las pupilas eran normales, no había perdido el conocimiento ni tampoco dudaba en sus actos. Tomó el pañuelo y sin pedir ninguna orientación ajena, se lo colocó casi perfectamente en su cabeza justo encima de la herida. Estaba parado y además repetía que le dolía el codo. Eran éstas muchas cosas que indicaban que estábamos en presencia de un accidentado factible de ser movido. Además y por si fuera poco, entre todos los que querían ayudarle, había un enfermero profesional, con capacitación en rescate y un bombero con no poca experiencia en estos menesteres.
Ricardo organizó en un santiamén la forma de asirlo y jalarlo hacia la superficie de la escollera, a la vez que los otros escuchábamos atentamente. Antes de que el amigo Beto pudiera decir algo, lo teníamos con nosotros y ya caminando por la vereda rumbo a la playa. Tras de sí, un reguero de sangre dejaba gota tras gota como mudo recordatorio que no hay nada más claro que la definición de accidente. “Hecho fortuito y casual que altera el normal desenvolvimiento de las cosas” Unas señoras horrorizadas escondían la mirada tras sus gorras, tratando de evitar la impresión a la vez que susurraban que se debería llamar al médico.
Cristian, que para ese entonces no solo había buscado al amigo, ayudó a sacarlo y lo puso de pié en la vereda, le tomaba por su axila izquierda y le llevaba en vilo casi sin darse cuenta. Con la otra mano, hablaba incesantemente por celular, llamando a la central de emergencias médicas, a la policía y al cuerpo de bomberos. Ricardo tocaba todo el cuerpo de Beto con manos sabias y buscando heridas escondidas o roturas de huesos que se nos hubieran pasado en la primera evaluación. Guillermo llamaba también por celular a la vez que Gerardo trataba de que Beto le contestase toda la sarta de preguntas que le hacía con respecto a sus dolores.
Después de agarrar mis petates y alcanzar al grupo, relevé a Cristian en el sostén y guía de Beto, mientras él, seguía haciendo llamadas. Miré por enésima vez a Ricardo que con cara de póker solo atinó a guiñar un ojo y asegurar que estaba mejor de lo que habíamos supuesto al momento de localizarle. Me tranquilizó la paz que reflejaba su rostro y eso hizo que también pudiera iniciar mis preguntas al herido, cuando estábamos a metros de la arena.

















Ricardo nos gritó que se adelantaba para buscar el botiquín, así que otras manos siguieron sosteniendo a Beto en los últimos metros. No habíamos llegado aún al campamento cuando dos motos de enduro azul, comandadas por sendos policías del Chubut, llegaron prestas a darnos una mano. Escuché que un Sargento 1º llamaba a central, apurando a la ambulancia y por otro lado, que un amigo arrimaba una silla en medio de la arena para que se pudiera sentar al herido. Tres segundos después llegó Ricardo con solución fisiológica, vendas, pervinóx y sus guantes de látex puestos. Solo demandó dos minutos lavar y revisar la herida en forma eficiente y segura, para luego cubrirla con un prolijo vendaje que sostenía el apósito que impedía contaminación por un lado y por el otro, la pérdida de más sangre.
Cinco minutos más tarde y a campo traviesa llegó una rugiente ambulancia del servicio médico de Chubut de la que bajaron médico, enfermero y camillero. Estábamos en buenas manos.
Luego de que nos apercibieron por no haberle dejado al amigo para que ellos le rescataran con todos los cuidados; lo subieron a la unidad y conmigo dando datos y aclaraciones; partimos al hospital. Aún sonaba la sirena cuando les aclaré que quienes habían hecho el rescate, sabían lo que hacían y mostré algunas credenciales como para tranquilidad.
Una hora después de haber arribado al centro de salud, salía con Beto del brazo, y en la otra mano el crudo diagnóstico de médico de turno. Se salvó esta vez!!! No se hizo nada, solo la herida cortante del cuero cabelludo, no tiene golpes y menos aún traumatismos óseos. Solo le dolerá la cabeza unos días y deberá sacarse los siete puntos en quince días. Ah!! No sé quién ha sido, pero se hizo un buen trabajo con la herida los felicito. Casi no hizo falta limpieza y estaba muy bien esterilizada.
Hoy a casi un mes del hecho, me río y creo que quedará en la historia del grupo como un mero ejemplo de lo vulnerable que somos, ante los accidentes; pero doy gracias a Dios que en éste, al menos estaba con un experto. Ricardo Aníbal Diez LU1QRA.
Volvimos al campamento y como quién no quiere la cosa, los amigos anoticiados de la buena nueva, habían reiniciado la operación radial. Por lo tanto, volveríamos a la normalidad. Se imponía ahora el tema de la cena, porque por más accidente que hubiéramos pasado; no dejaríamos de cenar.
Beto con razón, quiso irse a darse un baño, como para cambiar de aspecto, Ricardo ya lo había hecho minutos antes. Cristian se preocupaba por el bienestar del herido y Gerardo cebaba mate. Guillermo y yo, terminábamos de consensuar que comeríamos y cómo.
Habiendo llegado a un acuerdo para dar forma a la cena, partimos con Guillermo en dirección al súper. A la pasada, nos detuvimos unos minutos en los puestos callejeros del puerto de Rawson, dónde di rienda suelta al comprar calamares frescos y más que sabrosos. Luego partimos para las últimas compras. A las que habría que agregar algo más de vino, porque habíamos quedado cortos con la adquisición anterior.
Sin dejar pasar más de cuarenta minutos, volvimos al campamento que bullía de voces y llamados en la radio. Por otro lado, Beto se había tirado a descansar unos minutos, acción que era permanentemente custodiada con destreza por Ricardo. En medio de las primeras sombras de la noche, llegó José Luis LU1WAS, que anoticiado del accidente, se acercó presto para ver qué mano podía dar.
Otro amigo de Rawson, trajo en calidad de préstamo un bonito disco de arado, devenido en gran sartén, con el que me dispuse a preparar la cena. Haría, como ya era costumbre en las expediciones, CALAMARES A LA ECO RADIO, o lo que es lo mismo; calamares con arroz algo picantitos y sabrosos. El trámite me llevó poco más de una hora y para entonces otros amigos se habían acercado también a la playa para acompañarnos. Y obviamente cuando llegó la hora, fueron parte de los comensales.






Gerardo hacía radio en la segunda carpa, a la vez que Cristian y Ricardo estaban trabajando en digitales. Guillermo y José Luis se las arreglaron para preparar todo lo necesario para la cena, lo que incluía la bebida fresca para el cocinero. Beto, seguía durmiendo un rato.
Cuando hice sonar la campana alertando a los comensales, mucho nos llamó la atención pero a la vez, agradó que Beto, saliera lo más campante de su dormitorio y se sentara junto a nosotros para cenar. Comió poco, pero le vimos de buen ánimo y muchas ganas de reírse del drama que había vivido. Charlamos bastante y tomamos ídem, por lo que la cena se prolongó más de la cuenta. Luego vino el café y los mates, otra vez la charla y más radio.
Luego de higienizarme un poco, pasé por la estación de 40 metros para ver qué pasaba, hice algunos contactos y pronto le dejé a Ricardo el lugar para que siguiera con digitales, terminé el soberano vaso de café y enfilé para la cama. No sé de verdad, cuanto demoré en dormirme, pero recuerdo que escuchaba a los amigos hablar y reírse, y por lo bajo el característico ruido de la transmisión digital.
Pensando en lo que habíamos vivido y lo cerca que estuvimos de amargarnos mal, y provocar dolor en una familia amiga; caí en un profundo sueño en medio de una playa ventosa y algo fresca. No sé que fue después, me había desmayado de sueño y por relajarme en la tranquilidad de que todo estaba bien de momento.
Otra vez las necesidades fisiológicas me alertaron para que me levantara en búsqueda de la húmeda arena. Así que con la claridad que se translucía desde afuera por la lona de la carpa; me vestí y encaré la puerta. A la pasada prendí el equipo y puse 40 metros como para ver qué pasaba en la banda y dejé encendida la cocina, dónde coloqué la pava para calentar el agua.
Cuando regresé de la playa, ya estaba Ricardo preparando café y aprontando su computadora para seguir haciendo contactos en digitales. Me dijo entonces que había vigilado toda la noche a Beto y que el mismo estaba bien y sin dramas. Desayunamos y cada uno se puso en movimiento para despuntar el vicio de la radio. Eran las 06:30 hs. del día domingo 27 de marzo.
Promediando la mañana, llegó Guillermo con una carretilla de facturas y posteriormente hiso lo propio Gerardo, también cargando con bolsas de facturas calentitas. Nos turnamos un rato en el tema de hablar y hacer contactos, mientras todos en forma recurrente, volvíamos al tema de la triste experiencia del día anterior.
Poco más de las diez horas, daba el reloj, cuando Beto y Cristian irrumpieron en el campamento con caras de sueño y agotamiento. Luego de dar parte de cómo se sentía, Beto desayunó y también se encargó de algunos QSO. Cristian por su parte, comenzó a juntar las cosas, porque en breve habría que levantar todo, ya que nos tenían reservada una sorpresa. Y no era precisamente con los equipos de radio.
En lo particular, mucho no me agradaba la idea de dejar ya terminada la labor desde las balizas; pero tampoco podía desconocer cualquiera fuera la sorpresa que los hermanos habían preparado. Si bien la cosa estaba linda y muchas estaciones salían al aire en esos momentos, habíamos realizado más de 642 contactos; por lo que la labor se había cumplido y con creces.
Habiendo trabajado todos a brazo partido, nos llevó al menos dos horas desmontar todo el campamento y embalarlo para el traslado. Si bien las distancias eran cortas, de todos modos se debía asegurar todo en su lugar y acomodarlo prolijamente para que nada sufriera daño. Cuando terminamos y abandonamos la playa; daban las 13:30 hs.
Yo creí primeramente que volveríamos a la ciudad y que allí tendría lugar la sorpresa; pero para nuestro asombro, nos detuvimos a unos trescientos metros de la ubicación del campamento, junto en medio del puerto. Allí Cristian nos explicó que el radio club había preparado una excursión de avistaje de toninas, embarcados en una lancha que se dedica a esos menesteres. A lo que tanto Ricardo, Beto y yo; respondimos con un largo ohhhh! Que bueno!
Bajo un sol bastante calentito y con todos los aditamentos de seguridad colocados; nos subimos a la lancha muñidos de tantas cámaras como podíamos portar. El paseo se presentaba como algo único y con mis experiencias anteriores; sabía yo que así sería.
EL tracker Adventure y su tripulación, estaban ya prestos en el muelle cuando subimos junto al resto del pasaje. Acompañantes que provenían de distintos lugares del globo y que pretendía llevarse imágenes de estos familiares de los delfines, que son más rápidos que la luz. Las Toninas.




Navegamos por espacio de tres horas, buscando, viendo, disfrutando y gozando de todo lo que nos proponía esta excursión. Sacamos decenas de fotos y nos reímos a más no poder de todo lo que estábamos viviendo. Realmente la experiencia ameritaba que dejáramos por un lado la radio y nos dedicásemos a divertirnos; después de todo habíamos cumplido con lo prometido. La activación conjunta del Radio Club Rawson y el Grupo ECO RADIO de las Balizas Escollera Norte y Norte Vieja del Puerto de Rawson.
Cuando volvimos aponer pié en tierra, siguieron las sorpresas. Guillermo nos llevó hasta su departamento, en el que pasaríamos la tarde y posteriormente la noche de ese domingo. A las 20:00 hs. vendría a buscarnos para que juntos, volviésemos a cenar y compartir otro rato. La vista desde el quinto piso, era inconmensurable y también aprovechamos para hacer algunas fotos. Nos bañamos, nos pusimos más lindos de lo que éramos unas horas antes y descansamos a pata suelta por un rato. Puntualmente a las 20:00 hs. nos vinieron a buscar para ir a cenar junto a los amigos.
La cena se llevó a cabo en casa de José Luis LU1WAS, que había preparado todo prolijamente, incluso el detalle del banderín del radio club; que presidía la mesa. Cenamos unas pizzas que ya al llegar se presentaron como soberbias. Eran gigantes y vinieron hasta la casa sobre el techo del auto de Guillermo, porque no tenía posibilidad alguna de entrar al habitáculo. Según nos dijeron los amigos, eran las mejores de la ciudad y no fuimos capaces de decir lo contrario. Minutos antes de la cena, llegó Laura Fanelli LU1WJY que junto a su esposo y el “Troncomóvil” venían subiendo desde el sur, dónde tomaron parte en la activación de otro faro. La charla fue más que sabrosa y se hablo de todo lo posible, entre otras cosas; de que activaríamos el año próximo conjuntamente con los amigos del Chubut.



A los postres, nos tomamos la revancha de las sorpresas, haciendo entrega de sendos presentes a los amigos, como testimonio de su amistad y trabajo. Irene, la esposa de Beto y también integrante del ECO RADIO, nos confeccionó hermosos presentes en vitrofusión, los que asombraron a los camaradas y dejaron muy buena impresión. También repartimos los certificados de participación y otros suvenires. Y en medio de la dicha y el cansancio nos despedimos para irnos a dormir, prometiendo otras salidas y encuentros cuando hubiere lugar para ello.
Nos acostamos pasadas las 02:30 hs. porque al llegar al dpto. tuvimos con Beto y Ricardo una larga charla de mate, en la que rememoramos todos y cada uno de los momentos vividos. Realmente estábamos más que felices y dichosos. Todo, absolutamente todo había salido a pedir de boca.
Ricardo se despertó a eso de las 07:00 hs. y luego de un rápido pasaje por el baño, partió raudo en búsqueda de un panadería. Ya nos estábamos acostumbrando mal en eso de desayunar y merendar facturas de Rawson. Beto terminó de acomodar sus cosas y yo, me afeité luego de cuatro días. Juntos desayunamos felices y preparamos la jornada que duraría hasta las 16:45 hs. momento en el que tomaríamos el bus, con rumbo a Córdoba y San Luis.
Yo guardaba dentro de mí un noble pero pertinaz deseo. El de llevar a mis amigos a conocer el Museo Paleontológico Egidio Feruglio de la ciudad de Trelew. Así se los hice saber y además les comprometí para ello. Por lo que media hora después, salimos con rumbo a esa vecina ciudad para deleitarnos visitando un museo que es el MUSEO de nuestro país. No solo por su estructura, sino por lo que allí se muestra y se vive. Por su material y por la gente que lo lleva adelante.
Llegamos a Trelew a eso de las 09:20 hs. y en forma decidida nos dirigimos al museo. Ya al entrar, la cara de asombro y felicidad de Beto y Ricardo, ameritaba el solo haber ido. Recorrimos puntillosamente sus salas, sacamos fotos y charlamos de todo lo que veíamos y podíamos sentir. Casi dos horas después iniciamos la recorrida por la ciudad, en un pequeño city tour, que nos llevó por varios puntos de interés. Y cuando era ya el mediodía en la Patagonia, retornamos a Rawson a preparar todo para el viaje de regreso.
A las 16:15 hs. llegaron Cristian y Guillermo para buscarnos y llevarnos a la terminal, llegaba entonces el momento de despedirnos y las lágrimas. Todo había sido tan bueno, tan grato que costaba irse del lado de los amigos. Pero por otro lado, debíamos hacerlo, porque en breve vendrían otras oportunidades de compartir y debíamos hacer pública nuestra felicidad y el respeto por el Radio Club Rawson y su gente.





Disfrutamos del viaje, tanto como el de la ida hacia Rawson, pero esta vez teníamos mucho que hablar y material de sobra para hacer conjeturas o razonamientos. Así que gran parte de las primeras horas hicimos lo propio entre los tres, buscando entre los vericuetos de la experiencia los mejores momentos y la verdad que se proponía más que noble.
Vinimos con las dudas propias de alguien que no conoce a la otra gente, hicimos conjeturas porque era lógico y casi necesario hacerlas en virtud de todo lo que teníamos por delante. Mucho se ponía en juego, y mucho más se apostaba y ahora, cuando las jornadas llamaban a silencio y todo el trabajo quedaba atrás; estábamos más que satisfechos.
Uno tras otro dijo lo que le parecía y como lo sentía, nos escuchamos pacientemente y a la vez, nos respetamos los unos a los otros. Nada había que criticar, nada se podía señalar como malo y menos aún, el grupo humano que nos invitó, nos cobijó y atendió. Sin lugar a dudas, la experiencia que acabábamos de vivir, nos marcó a todos, tanto a quienes representamos al Grupo ECO RADIO; como a los que representan al Radio Club Rawson. Nos conocimos mutuamente, nos reconfortamos y vivimos el uno para el otro, por todo ello la pasamos bien. Hicimos radio como nos gustaba, nos bañamos en el mar verde y fresco. Departimos, soñamos, nos preparamos y por sobre todas las cosas, nos hicimos amigos.
Gracias Radio Club Rawson, Gracias Guillermo, gracias Cristian, gracias Gerardo y muchísimas gracias José Luis. Hemos pasado unos días maravillosos y únicos. Nos dimos el gusto de viajar, de conocer y disfrutar. Pero lo más valioso de todo, es que como si fuera poco, también pudimos estar a vuestro lado, para conocerles y aprender a respetarles.
Gracias también a todo el Grupo ECO RADIO y en especial a la Comisión Directiva, que creyó en nosotros y nos permitió representar los intereses del mismo a más de 1600 km. de Córdoba. Gracias Beto porque siempre estás y pese a que te y nos diste un gran susto, no perdiste el humor ni la paz de tus actos y pensamiento. Gracias Ricardo, el conocerte ha sido otra de las bendiciones que el buen Dios me ha dado en este viaje y espero que no sea la única vez que nos juntemos para hacer lo que nos gusta. MUCHA, mucha RADIO.




Héctor Oscar Cousillas
LU3HKA

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